es el nombre del artículo de Nora Merlin en Revista Imago que reproducimos aqui
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Por su parte, los escritos psicoanalíticos que abordaron la organización social, como “Tótem y tabú” y “El malestar en la cultura”, se toparon con el impasse freudiano que se evidencia en esos trabajos: el padre y la moral como fundamentos de la organización social producen allí un malestar circular y sin salida. En esas formulaciones Freud ubica al padre en el centro de la organización social: a su asesinato le siguen el pacto entre hermanos (que implica la renuncia pulsional a cambio del establecimiento de una organización carente de hostilidad), la culpa por el crimen cometido, el superyó, y la obediencia a un contrato, que primero es voluntario y luego deviene en imperativo superyoico. Freud afirma que esta “solución” moral fracasa en su propósito de pacificar las relaciones sociales, puesto que tiende a acrecentar el malestar y el autocastigo.
Del mismo modo en que Lacan en el Seminario 10. “La angustia” corre el límite freudiano que colocaba al padre y al complejo de castración como fin del análisis, ese franqueamiento puede ser útil para pensar lo social. ¿Por qué la cultura organizada en torno al padre y la moral, que conduce al malestar, deberían constituir el fin de la historia?
A partir de los aportes del psicoanálisis y la lingüística, Ernesto Laclau desarrolló su teoría del populismo y transformó la categoría “pueblo”, la cual dejó de ser un objeto exterior estudiado por expertos para convertirse en un sujeto, un nuevo agente político constituido por la puesta en acto de una voluntad popular hegemónica. Laclau define al pueblo como una lógica política discursiva y articulatoria, fundamentada en una voluntad popular; aquel se produce en un acto instituyente y contingente, a partir de una pluralidad de elementos diferenciales. En la lógica discursiva del populismo, que tiene a la demanda como su unidad de análisis, operan dos modalidades de cadenas articulatorias, una diferencial y otra equivalencial, en las que intervienen significantes flotantes, vacíos, sobredeterminaciones, metáforas, etc. Una característica fundamental del populismo es la heterogeneidad: un exceso constitutivo primordial e irreductible que hace que el cierre de lo social sea imposible; a la vez, cierta fijación del sentido resulta necesaria, aunque ésta sea precaria e inestable. Para resolver esta dificultad, Laclau hace uso del objeto a de Lacan. La lógica del objeto a es coincidente con la de la hegemonía populista: en ambas un objeto parcial encarna la totalidad ausente. Una parte (el pueblo en el populismo) ocupa el lugar del todo que es imposible y establece así una división del campo social.
El populismo, basado en la construcción de una voluntad popular, supone una experiencia de radicalización democrática. Constituye una nueva posibilidad respecto de la cultura, que permite correr el límite del padre y la moral como fundamentos de lo social –es decir aquello que Freud había postulado– al ubicar la imposibilidad en el lugar de la causa. En lugar de la religión freudiana, la política planteada como lógica populista supone otra conformación de identidad, ajena a la pasión por el Uno de la igualdad; pone en acto una pluralidad discursiva que no anula las diferencias sino que las reconoce, y que da lugar a antagonismos simbólicos posibles y hace comparecer a lo imposible.
Una cultura singular, no esencializada en una moral universal (superyó), que concibe al sujeto como diferente, soberano, no sometido a procesos de obediencia, igualdad u homogenización, representa una posibilidad contingente de realización de una experiencia colectiva, una invención democrática, distinta a aquella basada en la renuncia, el sacrificio y la obediencia.
Nora Merlin es autora del libro Populismo y Psicoanálisis (Letra Viva, 2015).
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