miércoles, 25 de noviembre de 2015

‘Hacer posible lo imposible’; ‘nadie creía que esto podía ocurrir, pero ocurrió’

‘Hacer posible lo imposible’; ‘nadie creía que esto [léase: la ajustada victoria electoral amparada en una campaña de la prensa hegemónica que lleva una década de mentiras y se apoya en los peores prejuicios y mitos de la clase media argentina] podía ocurrir, pero ocurrió’ son todas formulas del discurso mágico-[neo]religioso de la autoyuda que los carapintadas usaron esta vez: los boludos lo llaman ‘conchin ontológico’, o algo así. Cuando se dice que lo imposible se hizo posible, se está llamando a dejar de pensar en términos de razones y hechos, para simplemente pasar a creer, en el sentido de ‘confiar’, de ‘dejarse llevar mansamente’. Cada uno creyendo y confiando en su casa, y Pratt Gay tomando las decisiones que quepa tomar.

Para mucha gente, ese esquema duranbarbesco es más cómodo y agradable que los largos y articulados discursos de Kristina: allí las decisiones políticas se justifican con argumentos y consideraciones que llaman a pensar. Cuando Macri tome las suyas, sólo va pedir que creamos, que tengamos fe en él. Va a pedir que creamos que lo imposible pueda ocurrir: va a pedir que se crea que las dificultades generadas por medidas anti-populares y pro-oligarquicas van a ser finalmente compensadas: la vuelta al conocido estamos mal pero vamos bien de los noventas, que en la década K los medios cambiaron por ese incomprensible “estamos bien pero vamos mal” del que se hizo eco mucha gente.
Es decir: cuando la gente empiece a sentir los efectos del esperado ‘sinceramiento’ (que entre otras cosas va a consistir en hacernos ver que la casa que se está construyendo con el crédito del procrear era sólo un espejismo producido por la hipnosis colectiva generada por Kristina en sus cadenas nacionales; y que por eso ya nadie más construye ninguna), se va a pedir paciencia y confianza. Una mansedumbre que será premiada por un vago regalo de navidad. Como en un film de la Disney o de Spielberg: música, maestro!

Paul Valery decía que lo típico de la religión es creer que la creencia tiene un valor intrínseco, que ella es buena en sí misma; pero eso fue escrito en las primeras décadas del Siglo XX.  En la autoayuda, en el conchin ontológico, y en las vociferaciones de muchos pastores protestantes, esa creencia pasó a tener un valor de talismán: la cosa está un poco cambiada. Allí lo que se insinúa es que cosas como creer que lo imposible puede ocurrir, o dejar de pensar y de argumentar, y tener pensamiento positivo, son actitudes que (a la larga) terminarán dando dividendos en dólares, o en pesos con los que ir a la casa de cambio sin que nadie pregunte nada (de ahí lo de ‘Cambiemos’).

En MUNDO MACRI (un parque de diversiones de film de terror) el que trabaja, y no pierde tiempo discutiendo y criticando, termina ganando. Y la gente apostó a eso. La insistencia en contraponer la simpatía bobalicona de Macri a los discursos ‘soberbios’ de Kristina, viene de ahí. Entre el argumento y la creencia, la gente tiene una tendencia innata que la lleva a inclinarse por lo segundo. Pero no hay otra que seguir argumentando. Además, a esta hora, a los globitos ya se los llevó el viento; y a Macri se le está cayendo la careta simpaticona: ya se muestra prepotente y soberbio; ya nos dice se acabó la joda, hay que poner la casa en orden. Es decir: ya está haciendo sonar las trompetas del ajuste y de la revancha. Es sólo saber oír; o seguir creyendo.   

Gustavo Caponi

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