Horacio Luján
Martínez[1]
El comprador tiene una necesidad y
un deseo. El buen vendedor lo sabe y su estrategia no apuntará a satisfacer ese
deseo sino a proponerle un deseo mayor, algo que lo excede y lo seduce con la idea de que el cielo es el
límite y todo es posible. De este modo, el comprador se ve llevado por la
retórica del “producto mejor y más completo” a ir mucho más allá de los límites
de lo que quería en un primer momento y, seguramente, más allá de lo que
pensaba gastar y podía pagar.
Una
estrategia similar es la que siguen los grandes medios de comunicación a la
hora de desgastar un gobierno que no atiende sus intereses. Lo llevan hasta su
completa inmovilidad política (el caso actual del pedido de “impeachment” de
Dilma Roussef en Brasil), o su derrota en las urnas por razones que los propios
votantes de la oposición no consiguen explicar de modo claro (el caso de la
victoria de Maurício Macri en Argentina).
Una
batalla discursiva por día, cuya palabra llave es “corrupción” es lo que
proponen los medios de comunicación frente al gobierno que quieren desgastar
hasta su derrocamiento o derrota electoral. El votante, como el comprador, se
encuentra en estado de vulnerabilidad, en situación de “pensar a futuro” y, por
eso, en el terreno de la conjetura, la hipótesis o de una esperanza más
optimista mientras más desinformada.
Ante
una máquina inagotable de denuncia falsamente objetiva, el objeto del ataque –
en los casos citados de Argentina y Brasil, gobiernos calificados como
“progresistas”- poco puede hacer sino defenderse con un contra-relato. Una
narrativa propia que, al evidenciar el ataque del opositor, lo sitúa en el
papel de la víctima. La victimización tiene las piernas cortas inherentes a toda
reivindicación de pureza y el que ataca lo sabe: el denunciante apócrifo
ocupará el papel de víctima cuando sea necesario, para volcar la estrategia de
defensa contra el propio atacado. Clarín o la Red Globo pasan de la denuncia y
el ataque constantes al repliegue defensivo en nombre de la libertad de prensa,
cada vez que sus maniobras son colocadas en evidencia. Así se comienza a anular
el poder de acción de un gobierno por mecanismos retóricos de desgaste. El que
acusa se reviste de una aurora de impunidad moral. Quienes no comparten o no
acompañan la acusación pueden ser objeto de sospecha. Así la psicología de la
denuncia exige que las personas se dividan en acusadores o acusados. Quien
tenga el monopolio de los medios, tendrá el monopolio de la voz y la palabra
acusatoria. La palabra que, en nombre de una emergencia moral, sólo busca
destituir un orden que no le es propicio.
Y el votante acaba comprando un auto usado casi
al precio de un cero kilómetro, porque le convencieron que la dueña anterior era
una viejita que lo usaba para pasear el domingo.
[1] Profesor
del Curso de Filosofia de la PUCPR (Pontifícia Universidade Católica do Paraná)
Campus Curitiba. Investigador visitante en el CSD (Centre for the Study of
Democracy) de la Universidad de Westminster (Londres, UK), estadía realizada
con auxílio de la Fundação CAPES (Coordenação de Aperfeiçoamento do Pessoal de
Nível Superior) de Brasil.
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