Horacio Luján
Martínez[1]
Tal
vez sea el momento de hablar a los ya convencidos, no es improbable que muchos
estén siendo arrastrados a la duda bajo la marea del discurso pragmáticamente
conciliatorio.
Nos
ha dicho el filósofo Ludwig Wittgenstein que “el significado de una palabra es
su uso en un determinado juego de lenguaje”. También que muchos de los
problemas filosóficos derivan de usar una palabra en un “juego de lenguaje”
diferente. Una palabra que hacía sentido en un “juego de lenguaje” determinado
no lo hará en otro y nos correspondería determinar cuál es su uso corriente y
que se busca con este cambio de contexto.
Hecha esta efímera reseña parece
que, en los días de hoy, la palabra fuera de su “juego de lenguaje” no es el
problema mayor. Por lo menos en el campo de la enunciación política. Si las
palabras son “actos”, nuestro problema será el de reconocer una palabra que
invoca una acción pero, no realizada esta acción, acaba remitiendo circularmente
a sí misma. Y la palabra acaba substituyendo ese acto invocado, tornándose ella
misma su única referencia. Así vemos que algunos grupos políticos reclaman
“alternancia democrática” sólo cuando son oposición y las urnas se ven desde
lejos. Lo mismo pasa cuando se habla de “reconciliación nacional” y mal se
consigue esconder los meandros de violencia retórica desde los que llegó ese
pedido. De lo que se trata es ya no del mero cinismo de decir una cosa y hacer
otra, sino de decir algo que, se sabe, no pasará del acto de invocación.
El discurso del día 10 de diciembre
de 2015 dado por el nuevo Presidente Maurício Macri, no pasó de una repetición
de las promesas vagas y las promesas claras pero netamente incumplibles que
fueron presentadas en campaña: eliminar totalmente la corrupción, erradicar
totalmente el narcotráfico y acabar con la pobreza. Parece que la invocación a
la lucha y a la existencia de enemigos no es patrimonio de ninguna fuerza
política en particular, sino la regla que me permite criar una identidad
política, un “nosotros” que siempre precisará de un “ellos”. El nuevo gobierno
precisará a un kirchnerismo de sombras chinas, oculto y articulable a la vez,
con el cual identificar el fracaso de lo que no se conseguirá. Ambos precisaban
del “enemigo” o del “otro” para crear su identidad. La nueva visión de política
que trae Macri es la de tener a mano al “enemigo” para ignorarlo. La “alegría”
y la “reconciliación” invocadas sólo circularán en las “salas VIP” de la
displicencia malintencionada que buscará tornar invisible, en nombre de un
supuesto “avance por dejar atrás”, las demandas de la oposición.
Una intención de “ninguneo político”
que, esperemos, no vaya tomando de a poco a toda la sociedad argentina.
[1] Profesor
del Curso de Filosofia de la PUCPR (Pontifícia Universidade Católica do Paraná)
Campus Curitiba. Investigador visitante en el CSD (Centre for the Study of
Democracy) de la Universidad de Westminster (Londres, UK), estadía realizada
con auxílio de la Fundação CAPES (Coordenação de Aperfeiçoamento do Pessoal de
Nível Superior) de Brasil.
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