viernes, 25 de diciembre de 2015

La restauración liberal - Por Ricardo Forster

Ya está entre nosotros. Ya no se trata de frases de campaña o de anticipos mediáticos ni de profecías de los gurús del mercado financiero. Tampoco es el producto de pesadillas nocturnas o de una ficción televisiva. En apenas un puñado de días, y casi sin dejarnos tomar aliento, el gobierno de Mauricio Macri ha descargado sobre nuestras espaldas una batería de medidas económicas que constituyen un verdadero ejercicio de política de shock, esa estrategia de espanto y vértigo a la que le dedicara hace unos años un popular libro Naomi Klein. Como si un déjà vu nos sorprendiera sin siquiera terminar de comprender la tormenta que comenzó a descargarse sobre nuestros frágiles cuerpos de ciudadanos indefensos ante el regreso de los dioses dormidos. Sin embargo, no podremos argüir que no nos avisaron. Si no quisimos escucharlos o creerles es otra cuestión. Las espadas económicas de Macri, allí donde pudieron hablar antes de ser raudamente conminados a callar por el inefable Durán Barba, anunciaron a los cuatro vientos lo que estaban dispuestos a hacer.
Sin anestesia cambiemos ha modificado de cuajo el paradigma macroeconómico que atravesó gran parte de los gobiernos kirchneristas (en este sentido han sido fieles a su nombre). Ahora sí los argentinos, sin distinción de condición social, estamos habilitados para comprar 2.000.000 de dólares al mes. ¡Al fin somos nuevamente libres! ¡Al fin nos liberamos de una dictadura que nos impedía acceder a ese bien tan deseado y amado que se nos sustraía impiadosamente! A partir de un día que asumirá la categoría de “histórico” los argentinos hemos vuelto a ser nosotros mismos, hemos vuelto a reencontrarnos con ese fetiche por el que suspiramos continuamente y que había sido encerrado en un cepo maldito por un gobierno populista. Una verdadera gesta que refunda nuestra nacionalidad, una acción épica que nos devuelve al seno de los países serios del mundo. ¡Basta de monedas degradadas, saludemos a su majestad el dólar!
¿Los costos de ese emprendimiento patriótico que nos permitió abandonar la sumisión a la demagogia populista? Nada significativo: apenas una devaluación de alrededor de un 40% de la moneda que, con previsión “solidaria” de parte de los formadores de precios, vino anticipada por aumentos masivos de los productos de primera necesidad para, una vez sucedido el acto refundacional, volver a impactar sobre los precios y, claro, sobre los salarios. Un mal absolutamente menor ante la apoteótica liberación heroicamente conquistada por Prat-Gay y Sturzenegger, verdaderos adalides de una jornada inolvidable capaz de producir, en los argentinos, una sensación de libertad única. Libertad para comprar lo que será imposible de adquirir por la mayoría de la población. Claro, lo importante es ser libres…
Pero no se trató, en estos días de frenéticas medidas, de otorgarnos únicamente la graciosa posibilidad de adquirir millones de dólares (aunque la mayoría abrumadora de los argentinos se tendrá que contentar con identificarse con esos pocos que efectivamente comprarán lo que les será transferido por obra y gracia de una decisión presidencial sostenida en la más absoluta inequidad). Nada de eso, estimado lector, previamente, y amparado por una escenografía que habla por sí misma, Macri bajó en helicóptero en Pergamino (corazón de la zona núcleo de la Pampa Húmeda, tierra de infinitas riquezas), con actitud desenvuelta y alegre, teniendo a sus espaldas un maizal que simboliza aquello de que la riqueza de nuestro país viene del “campo”, les anunció a los dueños de esas feraces tierras que ya no habría más retenciones para el trigo y el maíz y que se reduciría la de la soja en un 5%. Con sonrisa astuta les aclaró que ahora sí “tendrían que pagar con felicidad el impuesto a las ganancias”, impuesto, que como todos saben, es muy fácil de evadir o disimular. Con la metodología de la “revolución de la alegría” diseñada por Durán Barba, les transfirió a nuestros “campesinos” (como alguna vez se autodenominó graciosamente el otrora presidente de la SRA Hugo Biolcati, apenas dueño de más de 10.000 hectáreas en lo mejor de la provincia de Buenos Aires) y a las grandes cerealeras más de 60.000 millones de pesos como para empezar la nueva fiesta de nuestras familias Ingalls. Festejos, carcajadas de felicidad, satisfacción por el deber cumplido. Los hombres y las mujeres del mundo agropecuario ya comenzaron a endiosar a San Macri. Los primeros grandes ganadores de la política de shock del Gobierno. Tuvieron que batallar durante largos y duros ocho años pero al fin lo lograron. De nuevo son los patrones del país. Que el resto de los argentinos se acostumbre a una novedad que sólo promete, para las mayorías, “sangre, sudor y lágrimas”, como proclamó Winston Churchill en medio de la Segunda Guerra Mundial. Ellos, los dueños de las tierras, se prometen a sí mismos disfrutar de su derecho ancestral a la riqueza. Las vaquitas, una vez más, son de ellos…
Pero también habría lo suyo para los ganaderos. Ellos no podían ni debían ser discriminados. Ellos que fundaron la patria. Ahora sí también se produciría otra liberación: la de “las mejores carnes del mundo” para consumo de los ricos del planeta. De qué quejarnos si un buen bife costará como en Nueva York o en Londres. ¿Acaso los argentinos no consumimos demasiada carne roja, de esa que sube el colesterol? ¿No eran una molestia esos asados hechos por los obreros de la construcción que llenaban de humo los barrios? Es importante abrirnos al mundo y darles de comer con lo mejor que producimos. Nosotros, es decir los laburantes, a conformarnos con esos cortes que no son apreciados por los gringos o a volver al sánguche de mortadela. Como dijo el presidente de la Sociedad Rural, el lomo es para los enfermos o para los que quieren adelgazar. Para consumir la mejor carne del mundo, primero, hay que tener la plata para pagarla. Que el populismo lo hagan otros.
¿Queríamos liberar el acceso al dólar? Entonces también liberemos nuestras exportaciones de alimentos aunque eso lleve inmediatamente a un aumento exponencial de la canasta alimentaria de los argentinos. Suben las harinas, suben todos los cereales, sube la soja, sube la carne, sube el aceite, pero también suben los pollos y los cerdos que necesitan, para alimentarse, de soja y otros suministros liberados de retenciones “confiscatorias” (¿se acuerda, estimado lector, cuando durante el 2008 se cansaron de usar esa palabra? Pues bien, ahora Mauricio se encargó y se encargará de devolverles todo con creces, de volver a poner las cosas y a sus dueños en su verdadero lugar). 
¿Por qué quejarse ante tamaña y descomunal transferencia de riquezas hacia los dueños de la tierra y de las cerealeras? ¿Acaso no hubo muchos argentinos que sin tener ni siquiera una maceta en el balcón de sus departamentos, se identificaron plenamente con “el campo” durante el conflicto por la resolución 125 en el que casi logran destituir al gobierno de Cristina? Ahora tendrán la oportunidad de experimentar, en estómago propio, lo que significa eliminar las retenciones. No solamente en términos de aumento de los precios internos de los alimentos sino también en relación a la desaparición del fondo solidario que les permitió a las provincias y a infinidad de municipios realizar obras públicas con el dinero de las retenciones. Pero también verán que no existe proyecto industrial en un país como el nuestro que no toma una parte de esa renta extraordinaria, que es la renta agraria, para transferirla al proceso de sustitución de importaciones. Las consecuencias no serán apenas que muchísimos dejarán de comer bife de chorizo y lomo sino que se verán comprometidos aquellos recursos que generaban puestos de trabajo. 
Qué no se nos acuse de apocalípticos, ni de agoreros, apenas señalamos algunas de las consecuencias de la épica jornada en la que nos liberamos del yugo que nos impedía comprar hasta 2.000.000 de dólares mensuales (¿y por qué no 3 o 20 o 100 millones? ¿Tal vez quieren coartar nuevamente nuestra libertad?). Quizás en medio del frenético entusiasmo no le prestamos atención a ese otro anuncio que deslizó Prat-Gay casi como al pasar: que también se liberarían las importaciones. ¡Por supuesto, no faltaba más! Sería discriminatorio hacerlo con las exportaciones y no con las importaciones. Consecuencias… imposibilidad de competir con la invasión de productos chinos y del sudeste asiático, cierre de fábricas, aumento de la desocupación. Pero a ese cóctel mortífero hay que sumarle el aumento de las tasas de interés, la libre entrada y salida de capitales especulativos, la caída del poder adquisitivo del salario y, como consecuencia necesaria, la promesa de una bruta recesión para el año 2016. Las relaciones “imaginarias” con el plan de Martínez de Hoz y con la convertibilidad de Menem y Cavallo corren por cuenta exclusiva del lector.
Algunos incautos hablaban de gradualismo; otros, con espíritu naïf, alucinaron con la llegada de capitales productivos dispuestos a ayudar a la Argentina. Lo cierto es que, bajo las condiciones de esta época y habiendo heredado un país desendeudado, la derecha se prepara para recuperar el tiempo perdido. Fue, es y será implacable. Ellos, los republicanos, no tienen ningún inconveniente en arrasar la legalidad constitucional. Saben que insospechadamente la mayoría de la sociedad por primera vez los votó para transferirles una legitimidad que nunca tuvieron y que ahora quieren aprovechar. Van por todo pero, ahora, con globos de colores y la revolución de la alegría. Las carcajadas de los gerentes de las grandes corporaciones económicas resuenan por todos lados. Ellos les harán ganar fortunas incalculables a sus empresas mientras aceitan golosamente la transferencia de recursos de los trabajadores a los dueños del capital y de las tierras. Pero claro, a eso no se lo llama “corrupción”, son sólo negocios habilitados por los magos del macrismo e invisibilizados por los medios de comunicación.
Queda, estimado lector, para otro artículo detenernos en la construcción de la más brutal hegemonía mediática que ha conocido el país: todos los medios, los privados y los públicos, estarán de su lado. Asfixiarán la libertad de expresión. También dejamos para después la reflexión sobre el nombramiento en comisión para completar el número de la Corte Suprema de Justicia de los dos jueces (uno de ellos defensor directo del Grupo Clarín), nombramiento que vulnera la propia Constitución de la República. Y así siguen las noticias espectrales, esas que nos hacen sentir un extraño y peligroso déjà vu.

VEINTITRES  
VIERNES 25 DE DICIEMBRE DE 2015
 

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