jueves, 24 de diciembre de 2015

La construcción del jefe

La Tecl@ Eñe

Revista Digital de Cultura y Política
Ideas, cultura y otras historias.
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Editor/Director: Conrado Yasenza

La construcción del jefe

La primera gran acción ideológica de la derecha argentina moderna es crear una figura aglutinante dentro del latifundio semiótico que ensaya una gran pedagogía de “educación presidencial”. Durán Barba realizó la primera etapa de esa construcción, el trabajo sucio. La segunda parte de la saga le corresponde al gran aparato comunicacional que diseñó los andamios simbólicos de su fuerza política. Esta es la fase superior de la construcción del jefe como el hombre de virtudes extraordinarias cuyas videncias superan lo previsible: Mauricio Macri.

Por Horacio González*
(para La Tecl@ Eñe)

Mucho se ha escuchado ya sobre las virtudes que condensaría la figura de Mauricio Macri, llamado por Susana Giménez, en uno de sus programas, “presidente Mauri”. Está en curso una vasta y definida acción para construir la figura omnisciente de Mauricio Macri, a quien Morales Solá, en su editorial del domingo 20 de diciembre en La Nación ya llama el jefe, o mejor dicho, alguien que tiene la “intuición del Jefe”. Ese editorial, parte de una voluminosa actitud de elaboración de una efigie convocante o un postizo arquetipo humanizado, marca un sendero que desde hace meses está siendo transitado como una de las mayores operaciones ideológicas de la derecha latinoamericana. Ya en oportunidad de las elecciones internas de su partido, se elogió su decisión de impulsar a Rodríguez Larreta, cuando sus posibilidades parecían menores que las de su contrincante. La apostura del jefe comenzaba a insinuarse; “ve” por encima de los demás, “percibe” lo nebuloso o desconocido, el escarpado camino por delante, mucho más allá que lo indicado por el sentido común. Veamos cómo se inventa y se amasa esta conciencia exquisita del neoliberalismo existencial, desde el “Mauri” que le dedica la televisión central hasta el “Jefe” de La Nación. Es decir, desde la intimidad absoluta hasta el absolutismo jerárquico.
La historia del concepto mismo de jefe es muy conocida en la Argentina. Esta expresión es habitual en la administración de cualquier entidad y tiene cierto valor neutro. Hay chistes al respecto, “el que sabe sabe y el que no es jefe”. Es la administración pública con su voz interna, su larga historia de humillaciones, mordidas en el interior de la conciencia con una rabia secreta. Pero precisamente porque es una palabra del acervo común, puede imantarse de toda clase de fuerzas implícitas, y a veces oraculares. Todos recordamos el valor que el peronismo le dio a esta palabra, nunca exenta de incomodidades. Pero en el peronismo, figuraba en el centro de una serie de acciones, en general de tipo decisionista, que podrían resumirse en ciertos juegos de destino, percepción y carisma, que Perón resumía en la expresión bíblica “el óleo de Samuel”, la unción por parte de un enviado especial de un nuevo rey, que surge inopinadamente entre los que aparentemente son  los más indicados, pero que no poseen el soplo sagrado. Una particularidad del concepto de jefe es la que lo fundamenta directamente en la  cualidad de producir la  distinción entre leales y traidores. Desde la visión integral del Jefe, todo leal puede ser traidor y viceversa, del mismo modo que en el gran texto de la historia política –véase especialmente el  gran escrito llamado El Príncipe- esa facultad del Jefe es inescrutable y se efectúa por un sistema de signos que hace chocar entre sí a una multitud de intérpretes, los más diversos que pueda imaginarse. 
Esta historia fue muchas veces contada en el peronismo, todos conocemos sus realizaciones y dificultades. Del mismo modo, nuestra época tuvo otras versiones de jefaturas políticas que quisieron constituir para sí mismas la aureola consagrada de un carisma especial. Las características de Menem, netamente caudillescas, y acentuadas por un especial cuidado de su figura personal a la manera de una fantasmagoría hecha de cosméticos y ungüentos, son dignas aun hoy de reflexión. A Menem se le festejaban las supremas incoherencias que producía en sus apariciones públicas, como una dotación especial de su carácter generosamente inescrutable. Era otra forma de la “intuición”. El poder es una estructura de ilusiones. No es que hay una predestinación y luego se arriba al sitial decisionista por excelencia, donde reina la ley de la excepción o el estado de ubicuidad insondable de un modo permanente. A Menen le gustaba ese estado invencional que mezclaba al político profesional, el hombre acaudalado, el pillo simpático y al “conductor”. Perón había fijado en sus tempranos escritos la fuerte incompatibilidad de la figura del caudillo con la del conductor. El primero era casi bárbaro, el segundo casi científico. Pero es evidente que la historia nacional nunca permitió acabadamente esta forma tan tajante de la distinción. El “Jefe” siempre siguió siendo una figura mixturada y producida por las diversas formas de carisma, esa extra-cotidianidad autoatribuida o conferida por lo que toda sociedad es frente al poder, que no le es nunca externo: es en verdad un conjunto de hipótesis ilusionistas. El poder es impalpable y lo destruye una palabra mal dicha, pero también lo protege un mito moderno que los medios de comunicación siempre están a punto de elaborar (y lo hacen) o de desmontar (y también lo hacen).
Con Cristina Fernández de Kirchner ocurrió otra cosa. No es fácil definir su figura, tomada por partes de fuentes inspiradoras heterogéneas, como pueden ser Evita y la Pasionaria, pero también muchos arquetipos que dimanan de los juegos comunicacionales de la hora. Al declararse “presidenta militante” introducía un fuerte principio de desestabilización en lo que al mismo tiempo presentaba como una figura retórica que se deseaba estable. Esa alternancia entre estabilización y desestabilización (no exteriores, no como ataques hacia su figura, que como se sabe fueron atroces, sino como categorías de su conciencia) fue un producto de su propia autoconstrucción, hecha de una manera de profundo interés, pues se recortaba y a la vez sobreimprimía sobre la de su marido Néstor, y sobre la compleja saga del peronismo, estableciendo distintos tipos de diferenciaciones. Una evidente, era su propensión discursiva basada en fuertes encadenamientos metonímicos, que la llevaba por un sistema de inferencias eslabonadas, desde altas consideraciones sobre la política internacional, sólidos hallazgos en cuanto a análisis de la difícil coyuntura interna, eficaces conductas de movilización colectiva, hasta  fuertes reduccionismos que no pocas veces la introducían involuntariamente en zonas riesgosas de la interpelación pública, que aunque muchos la festejaran, alimentaba el ensañamiento injusto y cruel hacia su figura. Dicho de otra manera: la ironía es un recurso inmemorial. Pero usado con sarcasmo sistemático, en muchas oportunidades se convertía en lo que parecía una arbitrariedad persistente, cuando eran las argucias del débil para ensayar sus respuestas a los grandes poderes que la acechaban. Pero estas reflexiones deberían todavía acompañarnos un trecho más largo de la historia futura.
Volvamos pues a “Mauri”. Estamos ante la primera gran acción (“operación”) de la derecha argentina moderna por crear una figura aglutinante, poseedora en su desnutrido origen de pocas virtudes personales y escasas potencialidades de liderazgo, además de una fláccida oratoria. Pero este árido terreno es un punto de partida para ensayar toda clase de operaciones. Nada más inspirador que ciertas “tabulas rasas”.  Asistimos a lo que se está convirtiendo desde hace bastante tiempo, en un latifundio semiótico para ensayar una gran pedagogía de “educación presidencial”. Al neoliberalismo podemos definirlo como una vasto intento de crear personas artificiales, basadas en el consumo superfluo, la fantasía de amor familiar, la saga de la herencia misteriosa y el “óleo de Samuel” indistinguible de las preferencias del señorito, del dandi o del nuevo aristócrata que es amigo de futbolistas, con un semblante un tanto desmañado. Con todos esos elementos, un tanto dudosos, debe fabricarse un jefe. Durán Barba hizo la primera tarea, casi lo que podríamos llamar el “trabajo sucio”. Aprovechando cualidades seguramente preexistentes, acentuó el estilo de desprecio e indiferencia que esa conciencia debía guardar ante cualquier conflicto, y ayudó a lanzarlo como una personalidad etérea, un ser agraciado y agradeciente, tocado por el impulso benefactor y despojado de deseos, mero instrumento del bien común. Esta abolición de las mediaciones sociales en la figura de la política y anulación de toda opacidad –como es la característica esencial de toda existencia- fue el primer trabajo del tutor. Ahora, en manos del gran aparato comunicacional que construyó los andamios simbólicos de su fuerza política, aquella revocación mítica de las rugosidades propias de una totalidad social, es seguida por la construcción del jefe como el hombre de virtudes extraordinarias cuyas videncias superan lo previsible.
Morales Solá, que nunca se caracterizó por conceder ninguna épica al mundo político, ahora se halla a la cabeza de esa asombrosa forja del jefe. Sartre, en su momento, había escritola Infancia del Jefe a fines de los años 30, donde un joven aristócrata se convierte en un jefe industrial luego de un avatar existencial repleto de conflictos familiares, sexuales e ideológicos. Falta en el “Presidente Mauri” esa historia existencial del jefe, a quien más se lo conoce por sus vicisitudes en un club de fútbol famoso y por ciertos conflictos en el linaje patriarcal familiar, de los que algo deja deslizar en sus discursos públicos, que han pasado del balbuceo al telepromter y del telepromter a una seguridad pastoral en donde las piedras basales son palabas como equipo y gracias, repetidas varias veces al uso de la celebridades televisivas o del espectáculo. En el editorial del domingo 20, Morales Solá escribe las palabras que a continuación copiamos:
Alfonso ha hecho un gran trabajo", suele decir Macri. Macri tiene la intuición del jefe político y Prat Gay fue uno de los pocos economistas que acompañó esa intuición. La mayoría de sus colegas, hasta los más ortodoxos, consideraron riesgosa una salida rápida del cepo al dólar. Macri le puso a la solución el condimento que los economistas no pueden medir: la confianza de la sociedad que él intuía. Dejaron atrás un gran problema, pero no resolvieron todos los problemas. Ni mucho menos. El próximo desafío es apartar a los argentinos del conflicto social que convierte sus vidas, desde hace 14 años, en un infierno cuando salen al espacio público. Corte de calles céntricas, piquetes en rutas y autopistas. Junto con la alegría por la reacción del mercado, Macri se despidió de su primera semana con un infinito malestar por la dinámica salvaje de esas protestas. El viernes, los empleados de la empresa Cresta Roja, beneficiaria de subsidios increíbles durante el kirchnerismo, condenaron a los viajeros de Ezeiza a llegar al aeropuerto arrastrando sus valijas. Como en los días de furia de 2002. "Eso es maldad, no es protesta", deslizó un ministro."Esto debe terminar", bramó Macri. Sabe que en la calle se librará el próximo combate para desafiar su poder. "No nos equivoquemos. La fiesta de la asunción ya pasó. Ahora habrá que vérselas con pequeños grupos que se proponen perturbar la vida de la sociedad", le dijo el Presidente a sus ministros. No son las movilizaciones del kirchnerismo puro y duro las que le preocupan. Esas más bien lo alivian: en ese tren, el kirchnerismo se convertirá en un minúsculo partido de izquierda. El peronismo es otra cosa”.
Un breve comentario a la luz de lo que dijimos, y saltando incluso por encima del grave tema de la represión, que aquí ya se anuncia con todas las letras. No obstante, nos interesa el análisis de la conciencia del Jefe, que Morales Solá ensaya a la manera de quién la va construyendo, con suaves susurros en los oídos del Príncipe. Prat-Gay “fue uno de los pocos que acompañó la intuición de Macri”. Es decir, el Jefe ve más allá, algunos favoritos logran comprenderlo, el comentarista también. Luego se menciona su “infinito malestar” por las protestas sociales. Elegante manera de auscultamiento del alma del Jefe preocupado, preparando su protocolo de intervención en las calles. Y por último –aunque la lectura de todo el tramo es indispensable-, señalamos la expresión “bramó”, que Morales Solá escribe con soltura. Muy expresiva dicción de Jefe. Este “Jefe” intuye, brama, medita ante sus ministros, lo embargan infinitos malestares. La derecha construye a su bramante jefe en la astucia de estas formas de conciencia. Sabe que con textos como éstos, el jefe erigido y confeccionado, será también un eficiente subalterno.
Buenos Aires, 20 de diciembre de 2015

*Sociólogo. Ensayista. Ex Director de La Biblioteca Nacional

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